GÉNERO Y LIDERAZGO
Plantear
el
estudio de las diferencias entre las mujeres, asumiendo que no existe una
naturaleza esencialmente femenina, significa retomar el debate desvelado por
Wood (1992, 1994) y Turner y Sterk (1994), entre la perspectiva
esencialista, liderada fundamentalmente por Gilligan
(1982) y la de la multiplicidad, defendida, entre otras personas, por Wolf
(1993). Desde el planteamiento esencialista se argumenta que hay algo
esencialmente femenino en todas las mujeres, que contrasta tajantemente con la
naturaleza esencialmente masculina. Desde esta perspectiva se tienden a
revalorizar las diferencias y a considerarlas, no como resultado de una
situación de opresión, sino como una fuente de experiencias compartidas que
crea sinergias entre las mujeres y las sitúa como un grupo notablemente
diferente al de los hombres.
En
contraposición, el enfoque de la multiplicidad propone que las mujeres son
un grupo lo suficientemente diverso como para poseer y ser definido en términos
de una naturaleza esencial. Estas autoras asumen que otra serie de factores
como la raza, la etnia, y el estatus, por ejemplo, pueden jugar un rol más
relevante que el género al describir la conducta de las personas, y que el
énfasis en las diferencias de género ha sido una concepción culturalmente
construida.
La
tensión académica entre estos dos planteamientos teóricos, brevemente
esbozados, nos permite enlazar de nuevo el tema del género con la obra de Simone de Beauvoir,
considerada como el ensayo feminista más importante del siglo XX (López
Pardina, 2000), cuando afirma: “Si me quiero definir, estoy obligada a declarar
en primer lugar ’soy una mujer’; esta verdad constituye el fondo sobre el que
se dibujará cualquier otra afirmación. Un hombre nunca empieza considerándose
un individuo de un sexo determinado.....pues se da por hecho que ser un hombre
no es ninguna singularidad.
Merece
destacarse como una luz al final del camino, que algunos datos del estudio más
reciente de Schein, de
1994, apuntan que en algunos países como Estados Unidos, y a diferencia de lo
que mostraban los primeros datos de 1975, las mujeres directivas y las alumnas
de Dirección de Empresas (Managment), no
establecen diferencias de género asociadas a la función directiva,
contrariamente a lo que sucede con sus compañeros en el mismo estudio. A su
vez, y comparando las respuestas de los hombres con las de las mujeres, las
diferencias entre hombres y mujeres con relación a las características
anteriormente mencionadas como asociadas al éxito en la función directiva, eran
menores en la muestra de mujeres que en la de hombres. Parece apuntarse, por
tanto, una evolución en las mujeres directivas y las estudiantes, en la
tendencia a identificar la dirección como algo masculino, que si bien no es
importante en su intensidad, si lo es en la medida que apunta un cambio de
tendencia de la ya legendaria tradición que estamos comentando en este trabajo.
Como han observado Schein y Davidson
(1992) y Schein
(2001), a pesar de que los aspectos relativos a la legislación y los criterios
objetivos para evitar las barreras en el acceso de las mujeres a los puestos
directivos sean actuaciones relevantes, no pueden olvidarse las medidas
orientadas al cambio de actitudes en los estereotipos, especialmente en los
primeros años de socialización en la formación de la función directiva.
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